La carta primera de Pedro es un escrito didáctico y exhortatorio; se propone afianzar en la fe a los grupos cristianos que pasaban por circunstancias difíciles y en los que amenazaba el peligro de apostasía (5,8-10).
Los polos de la enseñanza y exhortación son la gracia y el compromiso del bautismo y la esperanza de la venida de Cristo.
La nueva vida o nuevo nacimiento proceden de la iniciativa de Dios (3; cf. 2,2) y son obra de su palabra (1,23), suponen una elección de Dios (1,1) que se verifica por la consagración efectuada por el Espíritu (1,2); esta consagración separa a los cristianos del mundo perverso, para obedecer a Jesucristo (1,2), es decir, para vivir como él vivió y enseño, recibiendo al mismo tiempo un perdón continuo de sus faltas, en virtud de la sangre de la alianza (1,2).
Se constituye así la Iglesia de los emigrantes y forasteros (1,1; 2,11), enclave de Dios en medio del mundo; templo de Dios y del Espíritu, cuya firmeza es Cristo, la piedra angular (2,4-7), sacerdocio destinado a proclamar las proezas de Dios (2,9).
En esta comunidad no aparece ya Dios como juez, sino como Padre (1,7), lo que debe llevar a mayor reverencia (1,7), por la conciencia de la misericordia (1,3; 2,10) con que los rescató por medio de Cristo (1,18-19). A Cristo se debe la liberación, él es el único Señor (3,15) y el modelo y guardián de la vida de los cristianos (2,21-25; 4,1-2).
En el grupo cristiano, aun en medio de la dificultad, domina la alegría (1,6) que dimana del amor y de la fe en Cristo (1,8). La fe, por ser respuesta a la invitación de Dios, purifica al hombre (1,22), se expresa en el compromiso del bautismo (3,21) y lleva al amor de los hermanos (1,22).
Se establece así en la comunidad un modo de vida y de relación humana opuestos a los del mundo: sobriedad y entrega (1,13), una renuncia a las aspiraciones del mundo para imitar la santidad de Dios (1,14-16) y un clima de sinceridad y lealtad (2,1), de concordancia, modestia e interés mutuo, de perdón fácil (3,8); el amor se muestra en la hospitalidad y en el voluntario ofrecimiento de las propias capacidades (4,8-11).
El recuerdo del triunfo de Cristo (1,7b.21; 3,21-22) y la expectación de su venida son el fundamento de la esperanza (1,5b); la conciencia de vivir en la época final debe estimular a la oración (4,7).
Hacia fuera, en el trato con los paganos, el grupo cristiano ha de seguir una conducta digna (4,1-4) aunque tenga que soportar críticas o insultos (4,4). Ante la ofensiva del mundo, ha de mostrar valor, pero no ser arrogante ni recurrir a la violencia (3,13-16); la conducta ha de ser tal que desmienta por sí misma las calumnias que se levanten (2,11-12; 3,16); de ahí el respeto a los gobernantes y la consideración con todos (2,13-17).
La palabra "Ley" no aparece en toda la carta, ni se hace tampoco alusión alguna a la rehabilitación por la fe, por lo que se ve que las cuestiones agitadas en otro tiempo en las comunidades de Galacia (cf. la Carta a los gálatas) estaban definitivamente superadas.
Se da un serio aviso a los responsables de las comunidades ("presbíteros", "ancianos), que no siempre debían de practicar el desinterés y la igualdad cristiana (5,1-4).
Las numerosas alusiones al bautismo (sobre todo 1,3-2,10) han hecho pensar que la carta fuese en realidad una homilía bautismal quizá destinada a la noche de Pascua; para unos esta homilía comprendería toda la carta, excepto la dirección y la despedida; para otros las dos primeras partes (1,3-4,11), con un apéndice (4,12-5,11) añadido posteriormente.
La constancia del estilo y del vocabulario en toda la extensión del escrito, la congruencia de la dirección con el resto de la carta, la bendición inicial (1,3-5), tan propia del estilo epistolar, la insistencia constante sobre las circunstancias difíciles por las que atraviesan aquellas comunidades, la intercalación de los deberes domésticos (2,18-3,7), hacen muy dudosa la hipótesis de una homilía bautismal, tanto más, que el bautismo se menciona una sola vez, y eso no en contexto ritual, por decirlo así, sino tipológico (3,21). Se recuerda, sin embargo, el compromiso del bautismo y la esperanza que abre, para exhortar a los cristianos a la constancia.
Es posible que en la carta se hayan intercalado fragmentos de himnos litúrgicos (1,3-5; 2,6-8.22-24; 3,18.22).
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